viernes, 8 de diciembre de 2006

Las situaciones de estrés

9.Las situaciones de estrés


Aquí no me refiero sólo a las grandes tragedias de la vida, sino también a
los momentos de estrés menor; en las relaciones sociales, al contestar al
teléfono, en la vida de un ama de casa con niños pequeños ruidosos, etc.
Vamos a estudiar la llamada telefónica como ejemplo.

Para la mayoría de las personas el teléfono es un instrumento que produce muchísimo estrés, sobre todo para el hombre de negocios. Normalmente, la llamada no es de un cliente satisfecho, ni del jefe que quiere felicitarte. Es más frecuente que sea algún tipo de problema que ha surgido o alguien que quiere que se le pague o algo similar. Cuando suena el teléfono, el fumador instintivamente enciende un cigarrillo, sino está fumando ya. No sabe por qué lo hace, pero sabe que de alguna manera parece ayudarle.

Lo que ha ocurrido en la realidad es lo siguiente: sin ser consciente de ello
nuestro fumador estaba ya padeciendo las molestias del mono, que es una
forma de estrés. Al eliminar en parte el estrés del mono antes de coger el
teléfono, cree que reduce el estrés total, y el cigarrillo por tanto parece haber
disminuido el estrés asociado con la llamada y al recibir el fumador un estímulo.
En este momento ese estímulo no es una ilusión; el fumador sí se sentirá mejor
que antes de encender el cigarrillo. Sin embargo, aun mientras fuma el cigarrillo,
el fumador está más tenso que si fuera no fumador. Cuanto más dependes de la
droga, más te hace sufrir y menos alivio sientes cuando fumas.

Prometí no utilizar tácticas atemorizantes. Con el ejemplo que te voy a
poner ahora no quiero asustarte, simplemente deseo hacerte ver que el tabaco
te pone más nervioso y no te relaja.

Intenta imaginar que has llegado a un grado de envenenamiento tal que el
médico te va a tener que amputar las piernas, si no dejas de fumar. Sólo por un
momento piensa en la vida sin piernas. Hazte cargo del estado mental de una
persona que habiendo recibido ese aviso, sigue fumando y pierde sus piernas.

Párate un momento e intenta imaginar la vida sin piernas.

Yo oía historias de este tipo y pensaba que la gente que hacía estas cosas
estaba loca. A veces deseaba que el médico me dijera a mí algo parecido;
entonces lo dejaría. Pero yo era ya uno de esos locos, esperando cualquier día
tener una hemorragia cerebral y perder no sólo las piernas, sino la vida. Yo no
me consideraba loco; era simplemente un fumador empedernido.
Esas historias no son locuras. Es eso lo que te hace esta terrible droga.
Conforme avanzas por la vida, te va quitando valor y coraje sistemáticamente.
Cuanto más valor te quita, más te hace creer que está haciendo justamente lo
contrario. Todos hemos oído hablar de esa sensación de pánico que invade a
los fumadores cuando por la noche temen que se les acabe el tabaco. Es un
temor que los no-fumadores no sienten; es el cigarrillo quien lo produce. Con el
paso del tiempo, el tabaco no sólo te quita valor, también es un potente veneno
que destroza tu salud física. Cuando el fumador llega al punto en que el tabaco
le está matando, cree que el cigarrillo le da valor para enfrentarse con el
momento más dramático de su vida: es entonces cuando más lo necesita.

Métetelo en la cabeza: el cigarrillo no te hace menos nervioso; poco a poco
está restándote coraje. Uno de los mayores beneficios que recibes cuando lo
dejas es el retorno de la confianza y la seguridad en ti mismo.

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