jueves, 7 de diciembre de 2006

El lavado de cerebro y el socio oculto.

El lavado de cerebro y el socio oculto.


¿Cómo es que empezamos a fumar por primera vez y por qué? Para
entender esta cuestión tienes que examinar el efecto poderoso del
subconsciente, lo que yo llamo el socio oculto.

Todos tendemos a creer que somos seres humanos inteligentes y
dominantes, que controlamos el transcurso de nuestro destino. La realidad es
que el 99 por 100 de nuestro ser es pre-formado. Somos sencillamente unos
productos de la sociedad en la que hemos sido criados. Esto dicta el tipo de
ropa que llevamos, las casas en las que vivimos, el patrón básico de nuestra
vida. Incluso crea las opiniones que nos dividen en grupos, por ejemplo, si es
mejor un gobierno de izquierdas o uno de derechas. El hecho de que sea la
clase obrera la que apoya al primero y las clases medias y altas las que apoyan
el segundo, no es mera coincidencia. El subconsciente tiene una influencia
extremadamente poderosa en nuestras vidas, y puede engañar a millones de
personas, no en cuestión de opinión, sino en cuestiones de hechos concretos.

Antes de que la expedición de Magallanes diera la vuelta al mundo, la inmensa
mayoría de las personas, «sabían» que la Tierra era plana. Hoy «sabemos» que
es redonda. Si yo escribiera una docena de libros para convencerte de que es
plana, no podría convencerte; pero ¿cuántos hemos salido al espacio para ver
que es como una pelota? Aunque hayas dado la vuelta al mundo tú mismo,
¿cómo sabes que no ibas en círculo sobre una superficie plana?

Los agentes de publicidad saben muy bien cuál es el poder de la sugestión
sobre el subconsciente. De ahí los enormes carteles que machacan al fumador
mientras conduce, los anuncios en todas las revistas. ¿Crees que es dinero
tirado al aire, que no te haría comprar tabaco? ¡Estás equivocado! Pruébalo tú
mismo, la próxima vez que entres en un bar un día de mucho frío y tu
compañero te pregunte qué quieres tomar, en lugar de decir «un coñac» (o lo
que sea), adorna lo que dices con: «¿Sabes lo que me apetece hoy? Esa
sensación de calor reconfortante que da el coñac.» Verás que incluso personas
a las que no les gusta el coñac, se tomarán una copa contigo.

Desde nuestra más tierna infancia, recibimos a través del subconsciente
un bombardeo diario de información. Nos dice que el tabaco nos relajará, nos
dará valor y confianza en nosotros mismos, y que el placer más apreciado del
planeta es un cigarrillo. ¿Crees que exagero? Cuando ves en una película,
dibujos animados, una obra de teatro o en la televisión una escena en la que
una persona está a punto de ser fusilado, ¿cuál es la última gracia? Sí, señor,
un pitillo. El efecto de esta imagen no se siente en la mente, pero el socio oculto
tiene tiempo de asimilarlo. El contenido real del mensaje es: «Cuando yo muera,
mi último pensamiento, mi última acción será lo que más valor tiene en la vida:
fumarme un cigarrillo.»
En las películas de guerra, al héroe herido siempre le dan un cigarrillo.
¿Crees que es distinto hoy día? No. Nuestros hijos siguen recibiendo este
bombardeo de las vallas publicitarias y de los anuncios en las revistas. Se
supone que la publicidad del tabaco está prohibida en la televisión, pero en las
horas de mayor audiencia podemos ver a personajes de primera fila tragando
humo, entrevistadores y entrevistados, políticos, artistas, intelectuales... Esta es
la tendencia más peligrosa de todas, la conexión en los anuncios entre el fumar
y el deporte, o entre el fumar y «ser alguien». ¿Los coches de Fórmula 1 llevan
nombres de marcas de cigarrillos, o es al revés? He visto un anuncio en la
televisión (no anunciaba tabaco) en el que se ve una pareja desnuda en la
cama, compartiendo un cigarrillo después del acto sexual. Las implicaciones son
obvias.

Son realmente admirables los publicistas de unos puritos en Inglaterra. No
son sus motivos lo que son admirables, pero sí la brillantez de su campaña: se
ve a un hombre a punto de morir, o a punto de sufrir una catástrofe, su globo
arde y va a estrellarse, o su moto está a punto de caer en un río, o es Colón y su
nave va a caer por el borde de la Tierra. No se dice ni una palabra; se oye una
música suave, y el tipo enciende un purito; en su rostro vemos una expresión de
la más absoluta felicidad. Conscientemente, nuestra mente a lo mejor, ni se da
cuenta de que estamos viendo el anuncio, pero el «socio oculto» está
pacientemente digiriendo las implicaciones obvias.

Es verdad que hay publicidad en contra: las cifras atemorizantes de
cáncer, las piernas que tienen que amputarse, las campañas en contra del mal
aliento; pero son insuficientes para convencer a los fumadores de que deben
dejarlo. Lógicamente tendrían que convencerles, pero no lo hacen. Ni siquiera
consiguen que los jóvenes no empiecen. Durante todos aquellos años de
fumador, yo creía sinceramente que si hubiera sabido cuáles eran las
conexiones entre el fumar y el cáncer de pulmón, nunca hubiera empezado.

Pero el caso es que todo este miedo a perder la salud, no cambia para nada las
cosas. La trampa es la misma hoy que hace quinientos años, cuando los
conquistadores de las Américas cayeron en ella. Las campañas contra el tabaco
sólo parecen aumentar la confusión. Incluso el mismo producto, envuelto en
esos paquetes de colorido atractivo y reluciente, lleva una advertencia sombría
en un lado. ¿Qué fumador lee la advertencia? Más aún, ¿qué fumador se para y
piensa seriamente en las consecuencias para su salud?

Estoy convencido de que una marca líder de cigarrillos está
aprovechándose de la misma advertencia gubernamental para vender sus
productos. Muchos de los anuncios que ponen contienen escenas con
elementos que infunden temor, como arañas, libélulas y plantas carnívoras. En
el mismo anuncio imprimen la advertencia oficial en letras tan grandes que el
fumador ya no puede evitarla. El momento de miedo que el anuncio produce en
el fumador se asocia con aquel paquete dorado y reluciente.

La fuerza más poderosa en este proceso de lavado de cerebro es,
irónicamente, el mismo fumador. No es cierto que los fumadores sean personas
de poca voluntad y cuerpo endeble, sino personas fuertes para hacer frente al
veneno.

Esta es una de las razones por las cuales los fumadores se niegan a
aceptar tantísimas estadísticas que demuestran que el tabaco perjudica la salud.

Todo el mundo tiene un «tío Pepe» que fumaba dos paquetes diarios, nunca
estuvo enfermo en toda su vida, y vivió hasta los ochenta años. Ni siquiera se
admite la existencia de los millones de personas cuyas vidas fueron segadas
antes de tiempo; ni se admite la posibilidad de que el famoso tío Pepe podría
haber vivido diez años más, o estar vivo hoy si no hubiera sido fumador.

Si haces un pequeño estudio entre tus propios amigos y conocidos, verás
que los fumadores, normalmente, son personas con mucha voluntad. Incluyen a
muchos trabajadores autónomos, ejecutivos de empresa, médicos, abogados,
policías, profesores, vendedores, enfermeras, secretarias, amas de casa con
niños pequeños, etc. En otras palabras, lo que tienen en común estas personas
es que llevan una vida de estrés. Los fumadores creen erróneamente que el
tabaco alivia el estrés, y asocian el fumar con personas de carácter dominante;
precisamente el tipo de persona que asume muchas responsabilidades y por
tanto tiene mucho estrés: así, tendemos a admirar a estas personas copiando
su comportamiento. Hay otro grupo de personas que se enganchan con
facilidad: los que están en puestos de trabajos monótonos, porque la otra razón
principal por la que fuman, es la creencia de que alivian su aburrimiento
fumando.

Desgraciadamente, esto también es una falsa ilusión.
Este lavado de cerebro llega a unos extremos insospechados. A nuestra
sociedad le preocupa mucho la incidencia de fenómenos como esnifar
pegamento, la adicción a la heroína, etc. Menos de diez personas mueren al
año en este país por esnifar pegamento, y la muerte sólo se lleva al año a unos
dos mil heroinómanos.

Mientras tanto, hay una droga, la nicotina, en la cual el 60 por 100 de la
población hemos estado en algún momento atrapados, y que cuesta un dineral
a la mayoría de los que siguen enganchados a lo largo de su vida. Mucha gente
se gasta casi todo su dinero extra en tabaco, y cada año ese hierbajo destroza
cientos de miles de vidas. Es la enfermedad número uno en el mundo entero en
cuanto a víctimas mortales, muy por encima de los accidentes de carretera,
incendios, etc.

¿Por qué nos horrorizan tanto cosas como el esnifar pegamento o el
inyectarse heroína, mientras que la droga en la que gastamos buena parte de
nuestro dinero, y que nos está matando, se consideraba hasta hace pocos años
como un hábito social aceptable? En los últimos años se ha considerado el
fumar como un hábito levemente antisocial, que puede o no perjudicar la salud.

Pero el tabaco es legal y se vende en paquetes relucientes en todos los bares,
quioscos, estancos, restaurantes, pubs y supermercados del país. El gobierno
es el que tiene mayor interés financiero en esta industria.

El gobierno obtiene de los fumadores unos setenta y cinco mil millones de
pesetas al año y las empresas tabacaleras se gastan más de quinientos mil
millones de pesetas anuales en publicidad.

Tienes que empezar a edificar un sistema de defensa contra este lavado
de cerebro. Imagina que estás hablando con un vendedor de coches de
segunda mano que te quiere vender uno: tú le vas diciendo que sí a todo, pero,
dentro de ti, no te crees ni una palabra de lo que dice.

Empieza a mirar esos paquetes tan atractivos con otros ojos, que vean la
basura y el veneno que ocultan. No te dejes engañar con los ceniceros de cristal
tallado o con los mecheros de oro, o por los millones de personas que se han
tragado el anzuelo. Empieza a preguntarte a ti mismo:
¿Por qué lo hago?
¿Es realmente necesario?
POR SUPUESTO QUE NO LO ES.

Para mí, todo lo relacionado con este lavado de cerebro es lo más difícil de
explicar. ¿Cómo es que un ser humano inteligente y racional puede volverse tan
imbécil cuando se trata de su propia adicción? Me duele tener que confesar que
de los miles de fumadores a los que he ayudado en estos años, el más imbécil
de todos he sido yo.

Yo no sólo llegué a fumar cien cigarrillos diarios, sino que mi padre también
había sido un fumador empedernido. Él era un hombre fuerte, que murió
prematuramente a causa del tabaco. Me acuerdo de cuando yo era niño, de
cómo tosía y carraspeaba por las mañanas. Veía claramente que no disfrutaba
de ello, yo estaba convencido de que estaba dominado por alguna fuerza
nefasta. Recuerdo cuando yo decía a mi madre: «No permitas nunca que yo sea
fumador.»

A los quince años yo era un gran fanático del deporte. Vivía para el
deporte, y estaba lleno de valor y de confianza en mí mismo. Si alguien me
hubiese dicho entonces que un día llegaría a fumar cien cigarrillos diarios,
hubiera apostado todas las ganancias de mi vida a que jamás ocurriría.
Cuando tenía cuarenta años era un auténtico yonqui del tabaco, física y
mentalmente. Había llegado a una situación en la que era incapaz de hacer las
cosas más simples de este mundo, físicas o mentales, sin antes encender un
pitillo. La mayoría de los fumadores experimentan ganas de fumar en los
momentos de estrés normal de la vida; por ejemplo, una llamada telefónica o en
situaciones sociales. Yo ni siquiera podía cambiar el canal de la televisión o
cambiar una bombilla sin encender un pitillo primero.

Sabía que me estaba matando; era imposible engañarme; no entiendo
cómo no me di cuenta de la equivocación mental en que me encontraba.

Saltaba a la vista, desde luego. Lo más absurdo es que la mayoría de los
fumadores creen (erróneamente) en algún momento que les gusta fumar. Yo
nunca padecí esa ilusión. Fumaba porque creía que me ayudaba a
concentrarme, que me tranquilizaba. Ahora que soy no-fumador resulta difícil
pensar que aquellas cosas realmente ocurrieran. Es un poco como despertarse
tras una pesadilla; y así lo es. La nicotina es una droga y todos tus sentidos
están drogados: tu sentido del gusto y el olfato. Lo peor no es cómo te destroza
la salud o que te vacíe los bolsillos; lo peor es la forma en que te trastorna
mentalmente. Buscas cualquier excusa que parezca razonable para seguir
fumando.

Me acuerdo de una época en que me dedique a fumar en pipa, después de
un intento fallido de dejar los cigarrillos, creyendo que me haría menos daño y
así podría reducir mi consumo total.

Algunos de esos tabacos de pipa son realmente repulsivos. El aroma
puede ser agradable, pero al principio son horribles de fumar. Recuerdo que
durante unos tres meses me dolía mucho la punta de la lengua. Se forma una
especie de sustancia aceitosa marrón al fondo de la cazuela. A veces, sin darte
cuenta, la cazuela se te sube por encima de la horizontal, y de repente te
encuentras con que te has tragado una buena cantidad de esta porquería. La
reacción normal en estas circunstancias es vomitar, estés con quien estés.

Tardé unos tres meses en aprender el manejo de la pipa, pero no entiendo
por qué durante todo ese tiempo no me pregunté seriamente por qué me estaba
sometiendo a semejante tortura.

Por supuesto, una vez que ha aprendido a manejar la pipa, nadie parece
más contento que esos fumadores. La mayoría están convencidos de que
fuman porque disfrutan de la pipa. ¿Por qué entonces tuvieron que sufrir tanto
para aprender a hacer algo que no echaban de menos antes?

La respuesta a esta pregunta es que una vez estás enganchado a la
nicotina, el lavado de cerebro aumenta. El subconsciente sabe que hay que
darle de comer al monstruito, y te cierra la mente a todo lo demás. Repito, lo
que hace que la gente siga fumando es el miedo; miedo ante esa sensación de
vacío e inseguridad que se apodera de ti cuando dejas de recibir tus dosis de
nicotina. El hecho de que no te des cuenta de ello no quiere decir que no exista.
No tienes por qué comprenderlo, de la misma manera que un gato no tiene por
qué comprender dónde están los tubos de agua caliente debajo del suelo; el
gato sólo sabe que, cuando se sienta en ciertos sitios, recibe una sensación de
calor.

El lavado de cerebro es el principal obstáculo para el que quiera dejar de
fumar. Es un lavado de cerebro producido por la sociedad en la que vivimos,
reforzado por nuestra propia adicción a la nicotina, y, lo que es peor, aumentado
por la influencia de nuestros amigos, compañeros y familiares.
Lo único que nos empuja a fumar en un principio es el hecho de que otros
fumen. Sentimos que nos estamos perdiendo algo. Tanto trabajo para
engancharnos para luego no encontrar lo que teóricamente estábamos
perdiendo. Cada vez que vemos a un fumador, él nos confirma que debe tener
algo bueno, que si no fuera así, no fumaríamos. Incluso cuando ha conseguido
dejarlo, el ex fumador sigue con esta sensación de privación. Cuando otro
fumador enciende un pitillo en una fiesta u otra situación social, se siente
seguro, puede fumarse uno solo, y, sin darse cuenta siquiera, se encuentra otra
vez enganchado de nuevo.

Este lavado de cerebro es muy poderoso, y tienes que darte cuenta de
cuáles son sus efectos. Yo me acuerdo de un programa de radio que fue muy
popular en Inglaterra hace muchos años, cuando era jovenzuelo: las historias
del detective Paul Temple. En uno de los episodios había unos malvados
fabricantes de cigarrillos que mezclaban marihuana con el tabaco, y así
conseguían que los fumadores se volvieran adictos a la «hierba», lo cual hacía
que aumentaran las ventas de los cigarrillos. Todos quedamos horrorizados ante
tal ejemplo de maldad y engaño al público inocente. Pues ahora resulta que
muchos de los fumadores que he ayudado confiesan haber probado la «hierba»,
y ninguno dice que produce adicción. Y aunque hoy estoy bastante convencido
de que la marihuana no es adictiva, no me atrevería a tomar ni una sola
caladita. ¡Qué irónico que haya acabado como yonqui de la droga adictiva
número uno! ¡Ojalá Paul Temple me hubiera advertido del cigarrillo mismo! Qué
ironía es también que más de cuarenta años después el hombre gaste millones
de dólares en buscar un remedio para el cáncer, y muchos millones más en
convencer a los jóvenes sanos y fuertes de que deben engancharse a esa
porquería de tabaco, y que sea el propio gobierno quien más interés financiero
tenga en que las cosas sigan así.

Estamos a punto de eliminar el lavado de cerebro. Al no fumador no se le
priva de nada; al fumador sí que se le priva, de toda una vida de:

SALUD
ENERGÍA
DINERO
TRANQUILIDAD
CONFIANZA
VALOR
AMOR PROPIO
FELICIDAD

¿Y qué recibe a cambio de este enorme sacrificio? ¡NADA EN ABSOLUTO!

Sólo tiene la falsa ilusión de intentar recobrar el estado de paz, tranquilidad
y confianza en sí mismo que el no-fumador disfruta siempre.

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