miércoles, 13 de diciembre de 2006

Ayuda al pobre fumador que se queda en el barco que se hunde

43.Ayuda al pobre fumador que se queda en el barco que se hunde

Últimamente los fumadores tienen miedo. Se dan cuenta de que la actitud
hacia el fumar por parte de la sociedad está cambiando. Ahora, hasta los
mismos fumadores ven en el fumar un hábito antisocial. Sienten que todo se
acaba. Millones de personas están dejando de fumar, y los fumadores son
conscientes de esto.

Cada vez que un fumador abandona el barco que se hunde, los que
quedan a bordo se sienten más desgraciados. Todos los fumadores saben
instintivamente que es absurdo pagar una cantidad importante de dinero por
unas hojas secas envueltas en un papel, encenderlo y luego aspirar sus
alquitranes cancerígenos dentro de los pulmones. Si todavía no crees que es
una estupidez, haz la prueba de meterte un cigarrillo encendido en la oreja.
¿Cuál es la diferencia? Sólo una: por la oreja no consigues tu dosis de nicotina.
Si dejas de metértelos en la boca, dejarás de necesitar la nicotina.
Los fumadores no encuentran ninguna justificación racional que explique
por qué lo hacen, pero si lo hacen otras personas no se sienten tan ridículos.
Los fumadores mienten como bellacos cuando hablan de su hábito de
fumar. Se mienten incluso a sí mismos. Tienen que hacerlo. El lavado de
cerebro es necesario para conservar el respeto hacia sí mismo. Sienten la
necesidad de justificar su hábito, no sólo a sí mismos, sino también a los no
fumadores. Por tanto, siempre están defendiendo las ventajas ilusorias del
fumar.

Si un fumador deja de fumar por el Método de la Fuerza de la Voluntad,
sigue sintiéndose privado de algo y tiende a convertirse en un quejicoso. Lo
único que hace esto es asegurar a los fumadores que tienen razón en seguir
fumando.

Si el ex fumador logra dejar de fumar de verdad, simplemente se alegra de
no tener que gastar dinero para poder asfixiarse. Pero no lo está haciendo y no
tiene que justificarse. No está todo el tiempo diciendo ¡que maravilla es no
fumar! Sólo lo dirá si alguien se lo pregunta, cosa que ningún fumador hará,
porque sabe que no le gustaría la respuesta. Recuerda que siguen fumando por
miedo, y prefieren esconder la cabeza.

El fumador sólo hace esa pregunta cuando se da cuenta de que es hora de
dejarlo.

Ayuda al fumador. Quítale sus miedos. Cuéntale lo estupendo que es no
tener que asfixiarse todos los días
. Lo maravilloso que es levantarse por las
mañanas y sentirse sano en plena forma; en lugar de ponerse a toser y
Ayuda al pobre fumador que se queda en el barco que se hunde
carraspear. Lo fantástico que es liberarse de esa esclavitud, poder disfrutar de
todas las cosas de la vida liberándose de esas sombras negras.
Mejor todavía: que lea este libro.

Es importante no humillarle, no decirle que está contaminando el ambiente,
o que es una persona sucia
. Muchos creen que el ex fumador es el peor en este
sentido. Creo que hay algo de eso, y quizás sea uno de los resultados del
Método de la Fuerza de Voluntad: el ex fumador, aunque se alegra de ser no
fumador, está todavía bajo la influencia del lavado de cerebro, porque todavía
cree que ha sacrificado algo. Se siente vulnerable, y para defenderse pasa a
atacar al fumador. Puede que así se ayude a sí mismo, pero no ayuda al
fumador. Lo único que consigue es ponerle a la defensiva, hacerle sentirse más
desgraciado todavía, y aumentar su necesidad de fumar.

Aunque la razón principal por la cual millones de personas dejan de fumar,
es este cambio de actitud por parte de la sociedad, esto no hace más fácil
dejarlo, sino mucho más difícil. La mayoría de los fumadores cree dejar de
fumar por motivos de salud, pero la auténtica verdad es otra. Evidentemente, el
no correr riesgos de enfermedad y muerte es el mayor beneficio tangible del
dejar de fumar; pero este enorme peligro siempre ha existido y los fumadores
llevan años matándose sin que ello pareciera importarles. La razón principal por
la cual los fumadores dejan de fumar es porque la sociedad por fin empieza a
tratar el fumar como lo que es: una asquerosa adicción a una droga. El placer
de fumar siempre ha sido una mera ilusión, y esta actitud social destruye la
ilusión, así que el fumador se queda sin nada.

La prohibición de fumar en el Metro es un ejemplo clásico del dilema del
fumador: el fumador o bien adopta la actitud de: «Muy bien, si no puedo fumar
en el Metro, me buscaré otro medio de transporte.» Con esta actitud la
prohibición sólo sirve para quitarle dinero a la empresa de transportes urbanos.
O bien dice: «Estupendo, esto me ayudará a reducir el consumo.» Resultado: en
lugar de fumarse dos cigarrillos diarios en el Metro, el fumador se aguanta sin
fumar durante una hora. Durante este período de abstinencia obligada, creerá
que hace algún tipo de sacrificio, esperará la recompensa final, y su cuerpo
estará reclamando la dosis de nicotina, de forma que cuando sale del Metro y
puede encender un cigarrillo: ¡qué maravilloso es!

El caso es que esas abstinencias obligadas no suelen reducir el consumo
total de cigarrillos, porque el fumador fuma más cuando se le permite. Lo único
que se consigue es grabar en la mente del fumador el enorme valor que tienen
para él los cigarrillos y cuánto depende de ellos.

Creo que el aspecto más insidioso de esta abstinencia obligada es el
efecto que tiene en mujeres embarazadas. Permitimos, en primer lugar, que se
bombardee a los jóvenes inocentes con una publicidad masiva hasta que se
enganchan. Luego, justo en el momento de más estrés en la vida de una chica,
justo en el momento en que más siente la necesidad de fumar, la profesión
médica la chantajea por los riesgos que puede suponer para el niño. Muchas no
pueden dejar de fumar y se obligan a padecer un complejo de culpabilidad para
el resto de su vida. Muchas lo logran y se alegran de hacerlo pensando:
«Estupendo, haré esto por el niño, y al cabo de nueve meses estaré curada de
todas formas.» Entonces viene el miedo y el dolor del parto, seguido del
momento más feliz de su vida: ha llegado sano y salvo un hermoso niño. Es
justo en estos momentos cuando se dispara el dispositivo psicológico. Parte del
lavado de cerebro sigue allí, y casi antes del momento de cortar el cordón
umbilical, la chica ya tiene un cigarrillo en la boca. Se olvida el horrible sabor en
la alegría del momento. Desde luego no piensa engancharse otra vez: «Un pitillo
sólo. Sólo uno.» Demasiado tarde. Ya se ha enganchado. Ha vuelto la nicotina a
entrar en su cuerpo. Empezará de nuevo la vieja ansiedad, y aun suponiendo
que no se enganche inmediatamente, lo más seguro es que caiga durante la
clásica depresión que sigue al parto.

Resulta curioso ver que aunque los heroinómanos son delincuentes ante la
ley, nuestra sociedad ha tomado, con toda la razón, la actitud de: «Vamos a ver
qué podemos hacer para ayudar a esta pobre gente.» Deberíamos tomar la
misma postura hacia los fumadores. No fuman porque quieran fumar, sino
porque creen que no tienen más remedio, y no mueren pronto como los
heroinómanos, sino que tienen que aguantar años y años de tormentos físicos y
mentales. ¿No decimos que es mejor morir rápidamente que sufrir mucho? No
envidies al pobre fumador. Lo que necesita es tu compasión.

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