domingo, 10 de diciembre de 2006

La salud

17.La salud


Aquí es donde los efectos del lavado de cerebro son mayores. Los
fumadores creen ser conscientes de los peligros para su salud, pero no es así.

Incluso en mi propio caso, cuando esperaba que me reventase la cabeza
en cualquier momento, al aceptar las consecuencias me engañaba a mí mismo.

Pienso qué hubiera ocurrido en aquellos tiempos si al sacar un cigarrillo del
paquete, se hubiera encendido una luz roja y un avisador electrónico me hubiera
dicho: «Ya está, Allen. Este es el cigarrillo. Afortunadamente, se te puede
avisar, pero este es el único aviso. Hasta ahora te has salvado, pero si te fumas
este cigarrillo se te reventarán las arterias del cerebro.»

¿Crees que hubiera encendido ese cigarrillo? Claro que no. Si tienes
dudas en cuanto a la respuesta, acércate al bordillo de la acera con los ojos
cerrados e imagínate que tienes la opción de dejar de fumar o de cruzar la calle
con los ojos cerrados, antes de fumarte el próximo cigarrillo.

Sabes perfectamente lo que harías. Lo que yo había hecho durante tantos
años era lo que hacen todos los fumadores: cerrar los ojos y esconder la
cabeza, con la esperanza de despertar una buena mañana sin ganas de fumar.

El fumador no puede permitirse el lujo ni siquiera de pensar en los riesgos para
la salud; si piensa en ello, pierde hasta la ilusión de que le gusta fumar.
Esto explica por qué son tan ineficaces las tácticas de choque que
emplean los medios de difusión en los días nacionales anti-tabaco. Sólo los nofumadores
aguantan escucharlos. También explica por qué los fumadores
siempre sacan el ejemplo del famoso «tío Pepe» que fumaba dos paquetes
diarios y vivió hasta los ochenta años, pero nunca piensan en los millones de
personas que pierden la vida prematuramente a causa de este hierbajo
venenoso.

Media docena de veces a la semana tengo esta conversación con los
fumadores, normalmente personas jóvenes:
Yo.—¿Por qué quieres dejarlo?
Él.—No me puedo permitir gastar tanto en cigarrillos.
Yo.—¿No te preocupan los peligros para tu salud?
Él.—No, igual podría caerme delante de un autobús.
Yo.—¿Te tirarías deliberadamente delante de un autobús?
Él.—Claro que no.
Yo.—¿No te tomas la molestia de mirar a derecha y a izquierda antes de
cruzar la calle?
Él.—Sí, claro.

Ahí lo tienes. El fumador se cuida mucho de que no le atropelle ningún
autobús, aunque las posibilidades de que eso ocurra son muy remotas. Sin
embargo, corre el riesgo (casi una cosa inevitable) de que el hierbajo le deje
lisiado o le mate, y no parecen importarle los peligros. Tal es el poder del lavado
de cerebro.

Me acuerdo de un famoso golfista británico que nunca acudió a las
competiciones de golf en los Estados Unidos porque tenía miedo a los aviones.
Pero, mientras jugaba, fumaba compulsivamente. Si creyéramos que iba a
haber una avería en un avión, no subiríamos en él, aunque la probabilidad de un
accidente mortal fuese de cientos de miles contra uno, pero aceptamos una
probabilidad de muerte prematura de tres contra uno con el tabaco,
aparentemente, sin pestañear. ¿Y que es lo que recibe el fumador a cambio?
NADA EN ABSOLUTO.

Otro mito común es la tos de fumador. Muchos de los fumadores más
jóvenes que vienen a mis sesiones no están preocupados por su salud porque
no tosen. Los hechos reales demuestran lo contrario. La tos es un mecanismo
automático de la naturaleza para expulsar los cuerpos extraños de los
pulmones. La tos no es una enfermedad, es sólo un síntoma. Cuando un
fumador tose es porque sus pulmones intentan expulsar los alquitranes y demás
venenos que producen cáncer. Si no tose, esas porquerías se quedan en los
pulmones, y serán estas las que causen el cáncer.

Míralo de la siguiente manera. Si tuvieras un coche bueno, sería una
estupidez permitir que empezase a oxidarse, porque al cabo de cierto tiempo se
convertiría en un montón de óxido y ya no te llevaría de un sitio a otro. Pero no
sería el fin del mundo; no es más que dinero, siempre te puedes comprar otro.
Pues tu cuerpo es el vehículo que te lleva de un extremo de la vida al otro.
Todos decimos que la salud es nuestra posesión más importante, y cuánta
razón tenemos. Todos los millonarios enfermos te dirán lo mismo. Muchos
podemos recordar en alguna enfermedad o algún accidente, cómo rezábamos
para mejorarnos (¡QUÉ POCA MEMORIA TENEMOS!). Si fumas, además de
dejar que se oxide el vehículo que te lleva por la vida, estás destruyendo
sistemáticamente el vehículo que necesitas para llevarte a través la vida, y sólo
te dan uno.

Despierta. Nadie te obliga a fumar, y, recuerda,
NO HACE NADA EN ABSOLUTO POR TI.

Sólo por un momento deja de esconder la cabeza y pregúntate: ¿Sabes
con certeza si el próximo pitillo que fumes no será el que dispare el mecanismo
del cáncer? ¿Te lo fumarías si lo supieras? Olvida la enfermedad porque es
difícil imaginar cómo es. Imagínate que tienes que ir al hospital para que te
hagan todas esas horribles pruebas, el tratamiento con sustancias radiactivas y
demás. Ya no estás planificando el resto de tu vida. Ahora estás planificando tu
propia muerte. ¿Qué les va a ocurrir a tus familiares y a tus seres queridos?
¿Qué va a ser de todos tus planes y tus sueños?

Muchas veces veo a personas en esta situación. Tampoco creyeron que
les podía ocurrir a ellas, y lo peor no es la enfermedad en sí, sino el saber que
se la han producido ellas mismas. Durante todos los años que fumamos nos
decimos: «Lo dejaré mañana.» Intenta imaginar cómo se sienten estas personas
que lo han dejado demasiado tarde. Para ellas se ha acabado el lavado de
cerebro. Ellas ya ven la realidad del tabaco, pasan lo que les queda de vida
diciéndose: «¿Por qué me engañé a mí mismo? ¡Ay, si pudiera volver a
empezar!»

Deja de engañarte. Tú tienes la oportunidad de dejarlo. Es una reacción en
cadena. Si fumas el próximo cigarrillo, te llevará a otro y a otro. Ya te está
ocurriendo.

Al principio del libro prometí no usar tácticas atemorizantes. Si ya has
decidido que vas a dejar de fumar, esto no es un tratamiento de choque para ti.
Si todavía dudas, sáltate el resto de este capítulo y vuelve cuando hayas
terminado el libro.

Se han publicado volúmenes enteros de estadísticas para demostrar que el
tabaco perjudica la salud del fumador. Lo malo es que el fumador no quiere ver
la evidencia hasta que decide dejar de fumar. Incluso ese aviso que ponen en el
paquete no sirve para nada, porque el fumador cierra los ojos, y si por
casualidad lo lee alguna vez, lo primero que hace es encender un cigarrillo.
Los fumadores tienden a ver este riesgo como una cosa de azar, un poco
como atravesar un campo de minas. Hazte a la idea, ya te está ocurriendo. Con
cada calada metes en tus pulmones esos alquitranes cancerígenos, y el cáncer
no es la peor de las enfermedades que el tabaco puede causar o agravar.
También contribuye de una manera decisoria al infarto, a la arteriosclerosis, al
enfisema, a la angina de pecho, a la trombosis, a la bronquitis crónica y al asma.
Los fumadores también tienen la idea errónea de que se exageran los
efectos nocivos del tabaco. En realidad es al revés. No hay duda alguna de que
el tabaco es el principal causante de muertes en la sociedad occidental. Lo malo
es que las estadísticas no reflejan la influencia del tabaco en muchos casos en
los que es un factor importante.

Se han publicado datos que demuestran que el 44 por 100 de los incendios
domésticos se deben a los cigarrillos, y yo me pregunto cuántos accidentes de
carretera se producen en ese instante en que el conductor deja de mirar la
carretera mientras enciende un cigarrillo.

Yo soy normalmente un conductor prudente, pero nunca he estado más
cerca de la muerte (excepto por fumar) que en una ocasión cuando intentaba
liar un cigarrillo mientras conducía. Tampoco me gustaría calcular el número de
veces que se me ha caído un cigarrillo encendido en el coche. Siempre se las
arreglaba para meterse entre los asientos. Estoy seguro de que hay muchísimos
conductores que saben lo que es intentar localizar ese cigarrillo encendido con
una mano, mientras tratan de conducir con la otra.

El lavado de cerebro nos hace pensar en aquel personaje famoso que se
cayó desde lo alto de un edificio de cien pisos. Al pasar por delante de la
ventana del piso cincuenta, se le oyó decir: «Hasta ahora no ha pasado nada.»
Creemos que como no nos ha ocurrido nada aún, un cigarrillo más, no nos va a
hacer ningún daño.

Míralo de otra forma. El famoso hábito es una cadena continua para toda
la vida, y cada cigarrillo crea la necesidad del siguiente. Cuando empiezas a
fumar, enciendes una mecha. Lo que pasa es que NO SABES CUÁNTO VA A
DURAR LA MECHA. Cada vez que enciendes un cigarrillo estás un poco más
cerca de la explosión de la bomba. ¿CÓMO SABRÁS SI EL PRÓXIMO PITILLO
ES EL FINAL DE LA MECHA?

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