22.La fuerza de voluntad como método para dejar de fumar
En nuestra sociedad todos están de acuerdo en que es muy difícil dejar de
fumar. Los mismos libros que te ofrecen consejos, para ayudarte empiezan
diciendo que lo vas a encontrar difícil. La verdad es que es absurdamente fácil.
Comprendo que dudes de la veracidad do esta aseveración, pero vamos a
considerarlo detenidamente.
Si tu objetivo es correr una milla en menos de cuatro minutos, eso sí que
es difícil. Tendrás que soportar varios años de duros entrenamientos, y aun así
puede que no reúnas las condiciones físicas para conseguirlo. (Mucho de esto
es psicológico también. Resulta curioso ver cómo el recorrer una milla en cuatro
minutos era una barrera infranqueable hasta que Roger Bannister lo consiguió a
principios de los sesenta. Ahora hay muchos corredores capaces de hacerlo.)
Para dejar de fumar lo único que tienes que hacer es no fumar más. Nadie
te obliga a fumar (excepto tú mismo) y no es como los alimentos o las bebidas:
no lo necesitas para sobrevivir. Entonces, si quieres dejar de hacerlo, ¿por qué
habría de resultar tan difícil? No lo es. Son los mismos fumadores quienes lo
hacen difícil cuando usan lo que yo llamo el Método de la Fuerza de Voluntad.
Defino el Método de la Fuerza de Voluntad como el método en el que el fumador
cree que hace algún tipo de sacrificio. Examinaremos el Método de la Fuerza de
Voluntad.
Nosotros no decidimos hacernos fumadores. Simplemente probamos unos
cuantos cigarrillos al principio y como saben fatal estamos convencidos de que
podamos dejarlo cuando queramos. Por regla general, fumamos esos primeros
cigarrillos sólo cuando queremos hacerlo, y esto generalmente en compañía de
otros fumadores o en situaciones sociales.
Y, antes de que nos demos cuenta, nos vemos comprando con regularidad
y estamos fumando habitualmente.
Tardamos bastante tiempo en percatarnos de que estamos enganchados,
pues tenemos la idea equivocada de que los fumadores fuman porque les gusta,
no porque tienen que fumar. Mientras no nos gustan los cigarrillos, cosa que no
ocurre nunca, creemos erróneamente que los podemos dejar cuando queramos.
Solemos darnos cuenta de la existencia del problema la primera vez que
tratamos de dejar de fumar. Estos primeros intentos suelen hacerse mientras
todavía somos jóvenes y tienen su origen en la falta de dinero (la pareja que
ahorra para montarse una casa, y que no quiere malgastar dinero en tabaco) o
en la preocupación por la salud (el chico joven que todavía hace deporte y que
no respira como antes). Sea cual sea el motivo, el fumador siempre esperará un
momento de estrés, o de preocupación por el dinero o por la salud. En cuanto lo
deja, el «monstruito» reclama su dosis. Entonces es cuando el fumador necesita
un cigarrillo, y si no puede tenerlo su nerviosismo aumenta. El producto que
suele tomar para aliviar el estrés ya no está disponible, y el fumador sufre un
triple golpe. Después de un corto período de tortura, suele llegar a un
compromiso: «Seguiré fumando, pero menos»; «he elegido un mal momento»;
«me esperaré hasta que tenga menos estrés en mi vida». Una vez desaparecido
el período de estrés, también desaparecerán los motivos que le empujaban a
dejar de fumar, y no decidirá dejarlo hasta que llegue otro período de estrés. Por
supuesto nunca llega el momento idóneo, porque el estrés no suele disminuir a
lo largo de la vida, sino aumentar. Salimos de la protección del hogar de
nuestros padres y entramos en un mundo en el que hay que montarse una casa,
conseguir una hipoteca, tener hijos, más responsabilidad en el trabajo, etc. Poco
puede disminuir el estrés en la vida de un fumador, cuando gran parte de este
estrés es producido por el tabaco. A medida que aumenta su dosis diaria de
nicotina, más nervioso se siente, y mayor parece ser su dependencia.
En realidad, es una idea equivocada que el estrés de la vida aumente a lo
largo de los años, sino que es el fumar mismo u otro apoyo parecido lo que crea
esa ilusión. Se hablará más de esto en el capítulo veintiocho.
Después de un primer fracaso, el fumador suele confiar ciegamente en la
posibilidad de despertarse un buen día sin ganas de fumar. La llama de esta
esperanza es avivada por lo que ha oído comentar a otros ex fumadores (por
ejemplo: «Tuve la gripe, y se me fueron las ganas de fumar»).
No te engañes. He investigado muchas historias de esas, y nunca son tan
sencillas como parecen. Lo que suele ocurrir es que el fumador se había estado
preparando para dejar de fumar antes de tener la gripe, y esta sólo le sirvió de
trampolín. Yo estuve unos treinta años esperando despertar un día sin tener
ganas de volver a fumar en mi vida. Pero cada vez que tenía alguna molestia en
los pulmones, estaba deseando que acabara pronto, porque esta interfería con
el fumar.
Es frecuente el caso de personas que dejan de fumar «así, sin más»,
porque han tenido algún tipo de susto. A lo mejor algún pariente ha muerto de
una enfermedad relacionada con el tabaco, o el mismo fumador se ha asustado,
después de hacerse un chequeo. Pero para él, es mucho más fácil decir:
«Nada, un día decidí dejarlo.» Deja de engañarte, no se irán las ganas de fumar
si no tomas cartas en el asunto tú mismo.
Vamos a ver con más detalle por qué el «Método de la Fuerza de
Voluntad» es tan difícil. Durante casi todo el tiempo, nuestra actitud es la de
esconder la cabeza pensando: «Lo dejaré mañana». Muy de vez en cuando
ocurre algo que nos empuja a dejarlo. Puede estar relacionado con la salud, el
dinero, el rechazo social, o simplemente después de una racha de tos violenta;
entonces nos damos cuenta de que en realidad no nos gusta.
Sea cual sea el motivo, abrimos los ojos y empezamos a sopesar los
argumentos a favor y en contra. Nos encontramos con algo que hemos sabido
toda la vida; que la única respuesta razonable más de una docena de veces es:
¡DEJA DE FUMAR!
Si nos sentáramos tranquilamente y valorásemos las ventajas de no fumar
sobre una puntuación máxima de diez, y luego hiciéramos lo mismo con una
lista de las ventajas de fumar, no fumar ganaría por mayoría.
Sin embargo, aunque el fumador sepa que está mejor sin fumar, sigue
creyendo que se sacrifica. Esto es ilusorio, pero es una ilusión muy poderosa. El
fumador no sabe por qué, pero cree que tanto en los momentos malos de la vida
como en los buenos, el tabaco parece ayudarle de alguna manera.
Antes de comenzar el intento de dejar de fumar, padece el lavado de
cerebro de la sociedad, reforzado por el lavado de cerebro de su propia
adicción. Ahora se le añade otro lavado de cerebro más potente: la dificultad de
dejarlo.
Nuestro fumador sabe de otros fumadores que lo dejaron hace muchos
meses y ahora se consumen por un cigarrillo. También están los «quejicosos
permanentes» (los que lo dejan y luego se pasan el resto de la vida diciendo lo
que les apetecería un cigarrillo). Nuestro fumador también sabe de casos en que
alguien lo dejó hace muchos años, parecía feliz, y luego, al fumar un sólo
cigarro, se engancha otra vez. Probablemente conozca a algunos fumadores en
avanzado estado de decrepitud, que se están destruyendo y que evidentemente
no disfrutan del tabaco, pero que siguen fumando. Además, es probable que
haya pasado por algunas de estas experiencias él mismo.
Entonces, en lugar de empezar diciendo: «¡Qué bien! ¿Sabes? ¡ya no
tengo que fumar!» Empieza con una sensación de desesperación y de temor,
como si tuviera que escalar el Everest; cree firmemente esta vez que el
«monstruito» le ha metido la garra, está enganchado de por vida. Muchos
fumadores empiezan incluso advirtiendo a sus familiares y a sus amigos:
«Mirad, voy a intentar dejar de fumar. Lo más probable es que durante unas
semanas esté bastante insufrible; intentad comprenderlo.» La mayoría de los
intentos está destinada al fracaso antes de empezar.
Vamos a suponer que el fumador aguanta unos días sin fumar. La
congestión va desapareciendo de sus pulmones rápidamente. No ha comprado
tabaco, y por tanto tiene más dinero en el bolsillo. Entonces, los motivos que le
empujaron a dejarlo también empiezan a desaparecer de sus pensamientos. Es
como cuando vas en coche y ves un accidente grave; durante un tiempo vas
más despacio, pero la siguiente vez que llegas tarde al trabajo, lo olvidas por
completo y vuelves a pisar el acelerador.
Al otro extremo de ese tira y afloja está el «monstruito», que no ha tenido
su dosis. No hay ningún dolor físico; si fuese un resfriado lo que te produjera la
misma sensación, ni siquiera dejarías de trabajar, ni te deprimirías; no le harías
caso. Lo único que sabe el fumador es que le apetece un cigarrillo. Entonces el
pequeño «monstruito» que duerme en tu cuerpo, despierta al gran «monstruo»
de la mente, y de repente esa persona, que hace unas horas o unos días se
hacía una lista de las ventajas de no fumar, ahora busca desesperadamente
cualquier excusa para empezar otra vez, diciendo cosas como estas:
1. La vida es demasiado corta; podría haber una guerra nuclear mañana;
me podría atropellar un autobús; ya es demasiado tarde; y de todas
formas dicen que hoy día, todo te produce cáncer;
o bien:
2. He elegido un mal momento. Tenía que haber esperado hasta después
de Navidad, o hasta después de las vacaciones. Hubiera sido mejor
elegir un momento de menos estrés;
o bien:
3. «No me puedo concentrar, me estoy volviendo malhumorado e
insoportable. No puedo trabajar como antes. Mis amigos y mis
familiares dejarán de quererme. Por el bien de todos, voy a tener que
volver a fumar. Soy un fumador confirmado y nunca podré ser feliz sin
tabaco.» (Esto es lo que hacía que yo siguiera fumando durante treinta
y tres años.)
Este es el momento en que el fumador se suele rendir. Enciende un
cigarrillo y la esquizofrenia aumenta. Por un lado, tiene el enorme alivio de haber
acabado con la ansiedad cuando el «monstruito» por fin recibe su dosis; y por
otro lado, el cigarrillo sabe fatal (esto si el fumador ha aguantado bastante
tiempo) y el fumador no entiende por qué lo fuma. El fumador piensa que le falta
fuerza de voluntad. En realidad no es falta de fuerza de voluntad: simplemente
ha cambiado de opinión, y su decisión es perfectamente razonable dada la
evidencia: ¿De qué sirve estar sano y tener dinero si estás deprimido? De nada
en absoluto. Mejor tener una vida corta y disfrutarla, que vivir más años sin
felicidad.
Afortunadamente, no es así, sino justo lo contrario. Se disfruta
infinitamente más de la vida como no-fumador. Pero estos fueron los
argumentos que me tuvieron a mí fumando durante treinta y tres años, y debo
confesar que si fueran ciertos, todavía fumaría (perdón, ya no estaría aquí).
Los padecimientos del fumador no tienen nada que ver con la retirada de la
droga. Puede ser que el mono sea el responsable de iniciar el proceso, pero el
verdadero sufrimiento es psicológico, es la duda y la incertidumbre. Si el
fumador empieza creyendo que está haciendo un sacrificio, se sentirá privado
de algo: una forma de estrés. Y es precisamente en los momentos de estrés,
cuando se dispara el mecanismo en el cerebro, que le dice: «Fúmate un pitillo.»
Entonces, desde el momento en que deja de fumar, está deseando un cigarrillo.
Pero ahora no puede porque ha dejado el tabaco. Esto le deprime más todavía,
disparando el deseo otra vez.
Otra cosa que lo hace tan difícil, es esperar que ocurra algo. Si tu meta
fuera aprobar el examen de conducir, considerarías que el aprobado es la meta
alcanzada. Con el Método de la Fuerza de Voluntad te dices a ti mismo: «Si
puedo aguantar lo suficiente, desaparecerá el deseo de fumar.»
¿Y cómo sabes cuándo has alcanzado esta meta? Está claro, nunca lo
sabrás, porque esperas que ocurra algo y no va a ocurrir nada. Ya sucedió
cuando fumaste ese último cigarrillo, y lo que haces ahora en realidad es
esperar a ver cuánto tiempo aguantarás sin rendirte.
Como ya dije antes, el verdadero tormento sufrido por el fumador es
psicológico, producido por la incertidumbre. Aunque no hay ningún dolor físico,
los efectos son muy poderosos. El fumador se siente desgraciado e inseguro.
En lugar de olvidarse del asunto de fumar, le obsesiona.
Pueden pasar días o incluso semanas enteras de negra depresión. Su
mente se obsesiona con dudas y temores:
– «¿Cuánto tiempo durará la ansiedad?»
– «¿Volveré a ser feliz alguna vez?»
– «¿Me podré levantar por las mañanas y afrontar el nuevo día?»
– «¿Podré disfrutar alguna vez de una comida?»
– «¿Cómo voy a afrontar el estrés en el futuro?»
– «¿Volveré a disfrutar alguna vez de la compañía de mis amigos?»
El fumador espera que mejoren las cosas, pero mientras dura esta
depresión no valora menos el tabaco, sino más.
La realidad es que ocurre algo, pero el fumador no se da cuenta de ello. Si
aguanta tres semanas sin absorber nada de nicotina, la adicción física
desaparece, y la ansiedad producida por la retirada de la nicotina es tan leve
que el fumador ni se entera. Después de unas tres semanas tiene la sensación
de haber ganado, enciende un cigarrillo para demostrarlo, y ya está;
demostrado. Sabe fatal. Pero ya se ha introducido nicotina en el cuerpo, y en
cuanto se apaga ese cigarrillo, la nicotina empieza a salir del cuerpo. Entonces
se oye una pequeña voz que desde la oscuridad de la mente dice: «Ahora
quiero otro.» El fumador en efecto había vencido a la droga, pero se ha vuelto a
enganchar.
Normalmente el fumador no encenderá otro cigarrillo inmediatamente.
Piensa: «No quiero engancharme de nuevo.» Por tanto, deja que transcurra un
período seguro; puede que dure horas, días o incluso semanas. Ahora el ex
fumador puede decir: «Bueno, no me he enganchado, por tanto, puedo fumarme
otro sin peligro.» Ha vuelto a caer en la misma trampa, en la cual cayó al
principio, y ya se encuentra en la resbaladiza pendiente.
Los que consiguen dejar de fumar con el Método de la Fuerza de Voluntad,
suelen encontrar el proceso largo y difícil, porque el problema fundamental es el
lavado de cerebro, y siguen anhelando el tabaco mucho después de haber
eliminado la ansiedad tísica por la retirada de la droga. Al final, si uno aguanta
mucho tiempo, empieza a darse cuenta de que no va a rendirse. Deja de estar
deprimido y acepta el hecho de que se vive divinamente sin fumar.
Son muchos los que dejan de fumar con este método, pero es difícil y
arduo y hay muchos más fracasos que éxitos. Incluso los que lo consiguen
pasan el resto de su vida en un estado de vulnerabilidad. Se les queda parte del
lavado de cerebro, y siguen creyendo que hay momentos buenos y malos, en
los que el cigarrillo les ayudaría. (La mayoría de los no-fumadores también tiene
esta idea equivocada.) Ellos también son víctimas del lavado de cerebro, pero o
bien no llegan a aprender a «disfrutar» del fumar o no quieren los efectos malos.
Esto explica que haya gente que al estar sin fumar durante largo tiempo, de
repente vuelve. Muchos ex fumadores se fuman un cigarrillo de vez en cuando,
o quizás un puro, como «recompensa especial», o para recordar lo mal que
saben. Hacen exactamente esto, pero, en cuanto lo apagan, la nicotina empieza
a salir del cuerpo y una vocecita del fondo de su mente está diciendo: «Te
apetece otro.»
Sí, encienden otro que les sabe fatal, y dicen:
«¡Qué bien! Como no disfruto con ellos, no me engancharé. Después de
Navidad, al terminar las vacaciones, o cuando desaparezcan estos problemas,
lo volveré a dejar.»
Demasiado tarde. Ya están enganchados. La misma trampa en la que
cayeron al principio les ha atrapado de nuevo.
No me canso de repetir que el gusto o el disfrute no tienen nada que ver.
¡Nunca tuvo nada que ver! Si fumásemos por gusto, nadie fumaría más de un
cigarrillo. Nos creemos que nos gusta porque no podemos admitir que seríamos
estúpidos si fumásemos algo que no nos gustase. Esto es porque fumamos de
manera inconsciente la mayor parte del tiempo. Si cada vez que fumaras un
cigarrillo, fueras consciente del humo asqueroso que entra en tus pulmones, y
tuvieras que decirte a ti mismo: «Esto me va a costar cinco millones de pesetas
a lo largo de mi vida, y puede que este mismo cigarrillo sea el que dispare el
proceso de cáncer en mis pulmones», incluso la idea equivocada del disfrute
desaparecería. Cuando intentamos cerrar la mente ante el lado malo, nos
sentimos estúpidos. Si tuviéramos que afrontarlo, esto sería inaguantable. Si
observas a fumadores, especialmente en situaciones sociales, verás que sólo
son felices cuando están fumando de modo inconsciente. Una vez que se dan
cuenta de que están fumando, se vuelven incómodos y llenos de disculpas.
Fumamos para satisfacer al dichoso «monstruito»... y una vez que hayas
echado el pequeño «monstruo» de tu cuerpo y el gran «monstruo» de tu
cabeza, nunca tendrás ni ganas ni necesidad de fumar. Así de fácil.
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