jueves, 7 de diciembre de 2006

introduccion

Introducción

«¡Voy a curar al mundo de fumar!»


Estaba hablando con mi mujer. Ella pensó que me había vuelto loco, lo
cual es comprensible, dado que cada dos años había sido testigo de mis serios
intentos por dejar de fumar. Resulta más comprensible si se tiene en cuenta que
mi último intento había terminado en un ataque de llanto, cuando comprendí
que, una vez más, había sido derrotado después de seis meses de infierno.
Lloraba porque sabía que, si no lo lograba esta vez, sería fumador para el resto
de mi vida, y había puesto tanto empeño que me di cuenta de que no podría
volver a sufrir tanto. Su reacción resulta aún más comprensible cuando me oyó
pronunciar esta frase, apenas apague mi último cigarrillo: «¡No sólo me curaré
yo, sino que además curaré al resto del mundo!»
Mirando atrás, parece como si toda mi existencia no fuera más que una
preparación para resolver el problema del fumar. Incluso esos años odiosos en
los que estudié y trabajé como economista, resultaron de enorme valor para
desentrañar los misterios de la trampa del fumar. Se dice que no se puede
engañar a todo el mundo siempre; pero creo que es justamente eso lo que han
estado haciendo las empresas tabacaleras durante muchos años. También soy
el primero que ha comprendido a fondo la trampa del fumar. Para evitar parecer
arrogante quiero aclarar que no soy el responsable de este descubrimiento, sino
que fueron las circunstancias de mi vida las que me ayudaron a verlo todo con
claridad.
El día histórico fue el 15 de julio de 1983. Nunca escapé de la prisión de
Alcatraz, pero supongo que el alivio de quienes sí lo hicieron es comparable al
que sentí apagando aquel último cigarrillo. Me di cuenta de que había
descubierto lo que todos los fumadores querrían encontrar: una forma fácil para
dejar de fumar. Después de probar mi método con familiares y amigos, me
dediqué por completo a ayudar a todos aquellos fumadores que quisieran dejar
de fumar.
Escribí la primera edición de este libro en 1985. Me decidí a hacerlo ante la
necesidad de una de las personas a quien no había podido ayudar, cuyo caso
aparece en el capítulo veinticinco. Me había visitado dos veces, y ambos
habíamos acabado llorando en las dos ocasiones. Estaba tan ansioso que no
lograba relajarse lo suficiente como para entender lo que yo le decía. Entonces
se me ocurrió que si lo escribía, él podría leerlo en el momento oportuno, tantas
veces como quisiera, ayudándole con ello a captar el mensaje.

Escribo esta introducción para la segunda edición del libro, que ha figurado
todos los años en la lista de bestsellers. Al hacerlo, recuerdo la enorme cantidad
de cartas que he recibido y sigo recibiendo de todo el mundo, escritas por
fumadores y familiares de fumadores, en agradecimiento por su publicación.
Desgraciadamente, no cuento con el tiempo suficiente para responder a todas,
pero quiero decir que cada una de ellas me ha producido un enorme placer y
que una sola carta justifica todo mi esfuerzo.

No deja de sorprenderme lo que sigo aprendiendo cada día acerca del
fumar. Aun así, la filosofía básica que sustenta el libro sigue estando bien
fundada. Creo que la perfección es inalcanzable, aunque hay un capítulo que no
modificaría jamás, y que además fue el más fácil de escribir y es el preferido de
la mayoría de los lectores: el capítulo veintiuno.

Además de la experiencia como instructor, cuento también con la ventaja
de los comentarios recibidos a lo largo de cinco años, desde la publicación del
libro. Las modificaciones de la primera edición responden a la necesidad de
perfeccionar el mensaje, para lo cual me he servido de las personas que
fracasaron y las razones por las que fracasaron. La mayoría de estas personas
son jóvenes y me consultaron obligados por sus padres, sin tener ganas de
dejarlo. Aun así logró curar el 75 por 100 de estos casos. Pero de vez en
cuando, me enfrento a un verdadero fracaso; personas que desean
desesperadamente dejar de fumar, como la persona del capítulo veinticinco.
Estos casos me producen una profunda pena, y a veces no logro conciliar el
sueño pensando en la forma de llegar hasta ese fumador. Considero que la falta
es mía, y no del fumador, por no poder lograr que tal persona comprenda lo fácil
que es dejar de fumar, y cuánto más disfrutaría de su vida liberándose de la
trampa del fumar. Sé que todo fumador puede descubrir que es fácil hacerlo y
además disfrutarlo, pero algunas personas están tan aferradas a sus opiniones
que son incapaces de emplear la imaginación; el miedo a dejar de fumar impide
que abran su mente. Nunca se les ocurre que es el cigarrillo lo que les produce
ese miedo y que el mayor beneficio al dejar de fumar consiste en erradicar dicho
temor.
Dediqué la primera edición al porcentaje de personas que no logré curar
(entre el 16 y el 20 por 100). A todos se les devolvió el dinero, ya que sólo cobro
a quienes logro ayudar.
He recibido muchas críticas sobre mi método en estos años, pero sé que
es válido para cualquier tipo de fumador. La queja más frecuente que escucho
es: «Tu método no funcionó conmigo.» Los fumadores admiten que actuaron de
un modo totalmente contrario a la mitad de mis instrucciones y ¡no comprenden
por qué siguen fumando! Imagina que has pasado toda tu vida atrapado en un
laberinto sin poder salir. Yo tengo un plano del laberinto: si te ordeno que gires a
la izquierda, luego a la derecha y así sucesivamente, y tú no lo haces, las
siguientes instrucciones no tendrán sentido y nunca escaparás del laberinto.
Al principio, atendía a una persona por vez, y sólo lograba que me
consultaran aquellas que estaban desesperadas por dejar de fumar. Me tenían
por una especie de charlatán. En cambio, ahora se me considera la máxima
autoridad en lo que respecta a dejar de fumar. La gente viene de todas partes
del mundo para verme. Recibo a grupos de ocho personas por vez y, sin
embargo, no logro atender a todos aquellos que requieren mis servicios. No
hago publicidad y tampoco me encontrarán en la guía telefónica.

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